Parábola del turco
abandonado
Ocurrió en un país no muy lejano, que un grupo de
hombres de una nación extranjera se
vieron asaltados, golpeados por los
ladrones de circunstancias. Abandonados
en un lugar aislado, desnudos,
sin dinero ni comida, necesitados de ser
rescatados de aquel lugar, alguien escuchó la voz de socorro en el mar y acudió para llevarlos a un lugar seguro
El guardián de aquel
lugar advirtió que eran de un pueblo distinto y de una lengua extraña. Al
comprobar que estaban desnudos (sin protección o alguien que los representara)
creyó que podían contaminar con sus miserias a las gentes de su país y los
aislaron vigilándoles día y noche sin permitirles aliviar las penas de sus desdichas de saberse lejos
de su patria y de su hogar , en un lugar en el
que ellos no pretendían vivir pues no estaba allí su familia, sus amigos
, su cultura, su trabajo .
Aquellos hombres
lloraron con lágrimas secas su soledad y si acaso aliviaban el dolor del
maltrato de la incomprensión y la
rigidez de la ley , el leve intento de consuelo que les procuraba alguno de
tierra adentro . Aunque fueran pocas y
pobres los detalles, se consolaban
y se animaba su esperanza
Hubieron voceros que llamaron a la puerta de la justicia y el
derecho pero nadie oía la verdad, y el silencio seguía clamando con insistencia
Sordos y ciegos al dolor de los aislados, los del pueblo,
olvidaban que sus hijos podían
sufrir lo mismo en otros mares y otros
puertos. Y el guardián seguía interpretando
la letra de la ley que condenaba al hombre, creyendo que cumplía el deber, sin escuchar al hombre
que clamaba la verdad, el derecho
y la justicia
Habían también, entre la gente del lugar,
quienes lloraban por dentro, pero que tenían que hacer el mismo juego, y
sufrían, claro
Por fin escucharon
sus lamentos los paisanos del extranjero y pagaron su vuelta a casa. Se animaron los rostros con
la alegría de volver a estar con los suyos y también con la esperanza prendida, no
obstante los pesares, por los gestos de amor, aunque hubieran sido humildes,
que los de acá y los de allá habían encendido en la memoria del corazón del
turco abandonado, herido por el rigor de
las leyes, que no eran las del mar, sino de las de tierra adentro.
Juanpedro Mar
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