MARÍA, MUJER DE FE EN LA NUEVA
EVANGELIZACIÓN.
José
Antonio Vieira Roldán
1.-Cuando se me propuso como tema de
esta ponencia el título María, mujer de fe en la nueva
evangelización, empezó nuevamente a embargarme la inquietud que siempre
me ha producido la expresión “nueva evangelización”. Por definición,
evangelización es la acción de evangelizar y ésta es predicar la fe de
Jesucristo.
Cuando calificamos a la
evangelización con el adjetivo nueva, da la sensación, como si quisiera romper
con lo anterior, con la vieja o antigua evangelización. Es como si con esa
nueva evangelización se superara a esa otra, que ya va quedando un tanto
obsoleta.
2.- Tan es así, que ya en el momento
de la Anunciación, María se nos presenta como esa puerta del cielo, por donde
Dios se acerca al hombre. La valentía de María al pronunciar aquel si tan
rotundo, aquel fiat sin fisura a Dios, nos iba a mostrar, a todo el género
humano, la grandeza de estar siempre dispuesto a aceptar los que Dios nos pida;
“hágase tu voluntad en la tierra como en
el cielo” así rezamos, mas, cuántas veces nos resistimos a aceptar los
designios de Dios.
Vivimos en un mundo, donde con
muchísima facilidad echamos en cara a Dios todas las desgracias que suceden
alrededor nuestra y las trabas e infortunios que nos pone la propia vida. María
comenzó, al pronunciar ese Si en la Anunciación, con su labor didáctica para
enseñarnos como el Señor es ese abrigo al que acudir ante las inclemencias de
la vida. Dios, a través de María parece más cercano o como diría Santa Teresa
de Jesús, parece que tiene un trato de amistad con todos los hombres y mujeres.
En este punto es conveniente recordar el Salmo 27, donde se nos enseña a
confiar en el Señor; “El Señor es mi luz
y mi salvación,¿a quién temeré?. El Señor es la defensa de mi vida”. María,
a pesar de saber lo que se le venía encima, confía plenamente en Dios. Esa
confianza en Dios que nos enseña María, la tenemos que sentir de forma sincera,
sin prejuicios. María se erige en el momento de la Anunciación en el símbolo de
la confianza que debemos tener en Dios. Una confianza movida por la fe, por el
amor. Una confianza igual que la que mostró en Aín Karím, su prima Isabel
cuando, seguramente abrazada a María y con lágrimas en los ojos, le dijo “¡Dichosa Tú, que has creído!, porque lo que
te ha dicho el Señor se cumplirá” y a partir de ahí, como queriéndonos
hacer participe a todos los hombres y mujeres de todos los tiempos, María
proclamó ese himno de alabanza; El Magnificat, donde nos fue marcando la hoja
de ruta en ese proceso evangelizador, en el cual, la tenemos como guía y
maestra.