lunes, 17 de noviembre de 2025

 

Mensaje del Prefecto del Dicasterio para Desarrollo Humano Integral  para la Jornada Mundial de la Pesca 2025

“No hemos sacado nada, pero si tú lo dices, echaré las redes” (Lc 5,5)

      Queridos hermanos y hermanas,  En este año Jubilar 2025 nos acompaña el mensaje central, la esperanza, y en la convocación del mismo Jubileo el Santo Padre Francisco empezaba mencionando San Pablo: “la esperanza no defrauda” (Rm 5,5). Y sin duda alguna el Apóstol de las gentes ha navegado mar adentro muchas veces, también naufragando, aun siempre aferrado a la esperanza en Cristo. ¿Y cómo no recordar los antiguos caminos por los que los peregrinos cristianos viajaban no solo a pie, sino también por mar?

       ¡Navega mar adentro y echen las redes! Dice Cristo a sus discípulos. ¡Esto es un llamado a la esperanza, a tener fe! Y San Pedro contesta: “¡Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si tú lo dices, echaré las redes!”, (Lc 5,5). Esto es lo que los pescadores hacen todos los días. Echan las redes con esperanza. 

      Cada año desde 1998, la Jornada Mundial de la pesca se celebra el 21 de noviembre, y tiene como objetivo antes de todo llamar la atención sobre el modo de vida en el sector pesquero. También apoyar la pesca sostenible, reconocer y homenajear a las comunidades pesqueras de todo el mundo y destacar la importancia de esta actividad para la vida humana y la salud de los ecosistemas. Este año además del Jubileo se cumple el 10º aniversario de la encíclica Laudato si’ (LS) de Papa Francisco, que dedica una significativa atención al cuidado de los mares y océanos, considerándolos parte de la “casa común” y del equilibrio ecológico global. “Muchos pobres viven en lugares particularmente afectados por fenómenos relacionados con el calentamiento, y sus medios de subsistencia dependen fuertemente de las reservas naturales y de los servicios ecosistémicos, como (…) la pesca” (LS 25). Papa Francisco también hizo referencia a los métodos destructivos de pesca con sus consecuencias nefastas y además vinculó la crisis de los océanos con las condiciones injustas de trabajo en la pesca y en la navegación, la trata de personas y el impacto sobre las comunidades costeras empobrecidas (cf. LS 33, 41, 142). Dicho esto, es menester subrayar que los mares no solo son una realidad física, sino también un espacio espiritual de interdependencia entre el ser humano y toda la Creación. De alguna manera especial, los pescadores pueden ser custodios de la Creación.

       Lamentablemente, muchos pescadores enfrentan tormentas más allá del mar: bajos ingresos, trabajo inseguro, malas condiciones de trabajo, estar lejos de sus familias. ¡No olvidemos que detrás de cada captura hay una vida, una familia, una llamada al desarrollo integral! 

     La pesca altamente industrializada constituye asimismo una seria amenaza para las flotas artesanales, pues disminuye las capturas remanentes. Además, los grandes barcos dejan residuos contaminantes que dañan los ecosistemas costeros. A bordo de los grandes buques pesqueros industriales, las tripulaciones permanecen durante meses, viviendo en espacios reducidos e incómodos, alejados de sus familias, con jornadas laborales que frecuentemente inclumplen las legislaciones vigentes. Muchos de ellos son migrantes, que en algunos casos son contratados en condiciones discriminatorias. Así, el sector pesquero en general tiene un lado oscuro: según la Organización Internacional del Trabajo, la pesca y las ocupaciones relacionadas con ella se cuentan entre las profesiones más peligrosas (cf. Safety and Health in the Fishing Industry: Report for discussion at the Tripartite Meeting on Safety and Health in the Fishing Industry, Ginebra, 1999). En cambio, San Juan Pablo II nos recordó que “el trabajo humano es una clave, quizá la clave esencial, de toda la cuestión social, si tratamos de verla verdaderamente desde el punto de vista del bien del hombre” (LE 3).

       La reciente exhortación apostólica Dilexi te (DT) del Papa León XIV contiene algunos párrafos esclarecedores sobre las estructuras de pecado que causan pobreza extrema y desigualdades. Estas estructuras de injusticia son “pecado social” (DT 90-93). Esto se aplica bien al mundo de la pesca, considerando que en la cadena de valor del pescado la asunción activa de responsabilidades es muy deficiente debido a su naturaleza y la inmensidad de los océanos, y es extremadamente difícil controlar las actividades humanas (cf. Orientaciones Aqua Fons vitae, Vaticano, 2020 § 87 y 89). Sin embargo, es necesario “comprometernos cada vez más para resolver las causas estructurales de la pobreza” (DT 94), también en el sector de la pesca. Este compromiso implica valorar y promover la dignidad humana. Es evidente que el cuidado de los mares y de la pesca va íntimamente ligado al cuidado de las personas. Además de los controles necesarios para que se apliquen las leyes y medidas pertinentes para las condiciones de trabajo de los pescadores, en esta Jornada mundial de la pesca es importante enfatizar la necesidad de velar por la defensa de la dignidad de los pescadores (inclusa acuicultura) y de sus familias, buscando su desarrollo integral. Hay que dar voz a los pescadores sin que las políticas y leyes que les afectan sean discutidas únicamente por quienes “viven y reflexionan desde la comodidad de un desarrollo y de una calidad de vida que no están al alcance de la mayoría de la población mundial” (LS 49). Asimismo, San Juan Pablo II nos hablaba de la corresponsabilidad de aquellos que se dedican a la pesca a pequeña o gran escala, así como las diferentes formas de solidaridad en asociaciones libres. Debería alentarse la participación activa de todos los que trabajan en la pesca en las decisiones que afectan a su vida y trabajo (Discurso del Papa Juan Pablo II a los participantes en la conferencia mundial de la FAO sobre ordenación y desarrollo pesqueros 1984).

      La Iglesia, a través del trabajo del Apostolado del Mar, busca estar presente allá donde los pescadores y los marinos más sufren. En parroquias costeras y en puertos, sus capellanes y voluntarios acompañan a quienes viven largas ausencias familiares, condiciones de trabajo peligrosas y días duros en el mar, siento también portavoces de su propia dignidad. ¡Gracias por este servicio! 

     Encomendemos a todos los marinos, pescadores y sus familias a la protección maternal de María, Stella Maris. Aun estando cansados, en medio de la tormenta, careciendo de condiciones de vida dignas, lejos de sus familias y amigos, y sin haber pescado nada, con la fe de San Pedro dicen: “Por tu palabra, echaré las redes” (Lc 5,5). Que María guíe y proteja a quienes surcan los mares y, con su maternal intercesión, sostenga a todos en la esperanza, en la justicia y en el compromiso con el cuidado de los mares. 

Cardenal Michael Czerny, S.J.,

Dicasterio para el Desarrollo Humano Integral

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